Todas aquellas que tenemos una hermana, tenemos un tesoro. No se puede describir el amor entre
hermanas, es una relación muy fuerte, única e incondicional.
Una hermana es como
tu doble (¡aunque no seáis gemelas!), es la parte más importante (o
casi más importante) que vas a tener a lo largo de tu día a día.
Ella no solo se denomina “hermana”, también es tu mejor amiga, la que ha pasado por todos tus
malos y buenos momentos desde que naciste. Os conocéis tanto por dentro como
por fuera, e incluso me atrevo a decir que ¡te conoce mejor que a tú misma! Os
apoyáis de forma incondicional, es la primera a la que recurres cuando tienes
un problema, y lo más bonito es que puedes
ser tú misma en cada segundo, sin ninguna careta de por medio.
No existe un día en el que no deseamos (me incluyo) tener a nuestra hermana cerca, para que
nos de los mejores consejos y nos abrace sin motivo alguno, porque esos abraces
te dicen todo sin necesidad de articular palabra.
Es cierto que no se puede elegir a la persona que te va acompañar en la vida desde tus
primeros pasos, tus primeras caídas, tus lágrimas, tus primeros besos, tus
miedos y pesadillas, y tus grandes ilusiones; pero estoy segura que todas
nosotras no podríamos haber elegido alguien mejor que a ella, nuestra compañera
de vida, el amor hecho persona.