Que no nos engañen, el
instinto maternal no existe. Sólo la educación y el “bombardeo” cultural
que nos dice que toda mujer para realizarse debe ser madre. Yo nunca creí eso,
ni cuando no era madre y ahora que lo soy lo confirmo.
Sí existen las ganas que una tenga o no de ser madre, pero no el instinto. Algunos
dicen que “haberlas, haylas como las
meigas”, y hasta llegué a creer que tenía algo de instinto, pero creo que
lo perdí en el paritorio.
Cuando estás embarazada, tienes ardores, náuseas, sueño, y
mal cuerpo. No me refiero a la estética no (en mi caso, me vi guapa embarazada) sino a los pies que se hinchan, la
barriga que no te deja vivir, no sabes cómo ponerte porque tienes que colocar
tus órganos o buscarlos, no sabes si irte a vivir al baño o comprar una sonda,
no cabes en ningún sitio, te duele hasta el trasero y el pensamiento.
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Cuando ya nacen puedes tener
suerte y que el niño duerma o que el niño tenga complejo de
vampiro -como el mío- y desearás que te torturen y te maten antes de
aguantar una noche más.
Además, vives entre termómetros, apiretal, el temor de que
se caiga, que deje de respirar, intentos del niño de hacer puenting o “cuning”,
vómitos por doquier, etc., etc. En definitiva, mal dormir y mal vivir.
El sueño, ese divino
tesoro (como aquello de la juventud, divino tesoro), que hay niños que te
quitarán. Tras unas cuantas noches malas, pasas a transformación modo zombi,
con andar torpe, cero raciocinios, ojos perdidos, instintos asesinos etc.
El niño llora y tú también porque no sabes si tirarte por la
ventana o tirarlo a él (que queda peor). Luego aparece la “tocapelotas” de
turno diciendo que no sabes dormir al
niño. En ese momento te imaginas cual Uma Thurman en Kill Bill y te
emocionas con la idea de cortar cabezas con la katana de la protagonista y su
súper chándal amarillo. Pero claro, queda feo, muy feo y de maleducada, así que
la maldices deseando un hijo que le haga sufrir igual y en ese momento, te
conviertes en mala, malísima de cuento.
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Por extensión del mal dormir, tenemos el mal vivir. Mi mal
vivir empezó en el paritorio, donde dejé la mitad (o más) de mis neuronas, mis
ganas de fiesta, de mujer “me como el mundo” (y el submundo), ganas de sexo y
de todas aquellas cosas que le producen a un bienestar sin que incluya padre y
niño.
Pues eso, seguimos en el mal vivir, pero a mi Adrián no lo cambio por nada.